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Crece la desconfianza en la innovación

Nadia Calviño, Isabel Celaá, Reyes Maroto y Pedro Duque (y también el resto de ministras y ministros del nuevo gobierno) se enfrentan a un importante reto: devolver la confianza de los ciudadanos en la innovación. Y es que según la III Encuesta de percepción social de la innovación en España, realizada por la Fundación COTEC y Sigma Dos, se ha producido un incremento de la desconfianza de los ciudadanos respecto al valor que traerán la innovación y el cambio tecnológico para su futuro, especialmente laboral. Esa desconfianza ha crecido un 16% en solo dos años.

Es más, los jóvenes son cada vez más escépticos con la innovación. Según Jorge Barrero, director general de Cotec, esto se debe a que hoy en día dominan las distopías, menos proclives a una visión positiva del futuro. Los jóvenes y los ciudadanos en situación de desempleo o activos en trabajos de baja cualificación, residentes en municipios pequeños o con pocos estudios y bajos ingresos creen que la tecnología en vez de reducir la brecha y desigualdad social la incrementa. Además, la automatización del empleo en los 15 próximos años es un temor muy real para muchos trabajadores. A ello se une que, según la encuesta, hasta el 34% de los españoles, trabajadores o desempleados, no se ven capacitados para afrontar el nuevo mercado digital que se dibuja y el 80% de los ciudadanos cree que la sociedad no se está preparando para la transición, nueve puntos más que el año pasado.

Algo estamos haciendo mal si la innovación no se ve como algo positivo que nos permita avanzar, ya no solo a las empresas, sino también a la sociedad. Tal y como ha afirmado en diversas ocasiones el presidente de REDIT, Fernando Saludes, «si la sociedad no asimila la innovación como algo principal es difícil que tenga un papel preponderante». De ahí la importancia de fomentar la cultura de la innovación y transmitir la importancia de los procesos que tienen que ver con ella.

Está claro que innovar no es fácil.  La innovación es mucho más que cambiar la manera de hacer las cosas, de producirlas o de diseñarlas.  Innovar requiere un cambio de paradigma en la forma de dirigir y en la forma de actuar de la gente. Y el miedo al cambio hace que nos aferremos a aquello que hasta ahora funcionaba, rechazando sistemáticamente ideas nuevas, diferentes o desconocidas.

Pero esa alternativa ya no es posible hoy en día. En la innovación nos jugamos el futuro. El nivel de inversión en I+D en España, y su evolución reciente, es claramente insuficiente y amenaza nuestra prosperidad y la sostenibilidad del Estado del bienestar y las políticas sociales. Según la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros de la Comisión Europea, «Europa invierte poco en investigación e innovación en comparación con sus principales competidores. El gasto total en I+D ha rondado el 2,1% del PIB durante varios años, muy por debajo del objetivo principal del 3%. Esto contrasta con la fuerte expansión en I+D gasto en China, que ha superado a la UE tanto en términos relativos como absolutos y actualmente representa más de una quinta parte del gasto mundial en I+D, aumentando desde una proporción de solo 5% en 2000».

Y en España los datos son aún peores. En el conjunto de la UE, es el undécimo país de 28 que menos esfuerzo dedica a esta partida y en términos de innovación es el decimonoveno más rezagado. ¿Qué se puede hacer para remontar esa situación? Ahí es donde entran los nuevos ministros y ministras y los retos para el nuevo gobierno: fomentar el emprendimiento, la creación de nuevas empresas y ayudar a crecer y promover la competitividad de las compañías; aumentar la inversión en I+D+i y alentar y ayudar a que las empresas hagan lo mismo, potenciar el ritmo de ejecución de los fondos destinados a innovación y todo ello sin que se produzcan disparidades regionales. Y además, mejorar la educación y la retención del talento. Quizá así vuelva la confianza en todo lo que la innovación puede aportar para mejorar la calidad de vida y el futuro de los ciudadanos.

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