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¿Qué queremos ser de mayores?

La introducción de la innovación en el discurso público es un hecho desde hace años. Sin embargo, tiende a mencionarse como un concepto vago, quizá vacío. Sin plasmarse como una prioridad real a la hora de diseñar políticas.
Todos tenemos claro que en el entorno actual necesitamos ser capaces de dar soluciones y ofrecer valor añadido para enfrentarnos a una digitalización que está ya aquí. Pero el discurso muchas veces difiere de la acción.
La actuación de la I+D en España sigue por detrás de nuestros socios europeos. Por no hablar de otros países más lejanos, respecto a los que Europa en su conjunto también pierde peso. A pesar de los avances de los últimos años, la brecha de nuestro país respecto al resto de países avanzados aumenta. En cambio, esta mejoría relativa se debe fundamentalmente a la inversión de las empresas privadas.
La trampa de apostar por la financiación pública mediante préstamos de los proyectos de I+D+i disminuye las posibilidades de actuación de un número importante de agentes. Además, la ejecución presupuestaria es significativamente baja en las partidas de apoyo a la innovación y ello se traduce en un menor soporte de estas actuaciones. No solo eso, la falta de implementación de un sistema de evaluación y seguimiento efectivo de las ayudas públicas destinadas a tal objeto reportan poca información respecto a lo que demanda el mercado y el destino efectivo de esos fondos.
Pero ¿tenemos claro qué modelo queremos seguir para impulsar la innovación y cambiar la estructura económica de nuestro territorio? Hay diferentes modelos que han tenido éxito en diversos países. Profesionalmente he colaborado con organizaciones y empresas pertenecientes a diferentes ecosistemas. De esta experiencia, destaco los ejemplos de Israel, Escandinavia, Países Bajos y Bélgica o Singapur. Todos ellos, territorios con mercados reducidos, sin muchos sectores potentes y con recursos limitados. Quizá por ese motivo, la apuesta por la innovación era la única alternativa.
En todos ellos, el objetivo es promover el valor añadido y la riqueza desde el territorio a través de la innovación. Sin embargo, como ejemplo, Israel o Singapur diseñan y crean, pero fabrican en otros países con costes laborales más bajos. Lo mismo sucede con algunas empresas tecnológicas de Centroeuropa o Escandinavia.
Cuando se habla de Estados Unidos, se obvia que no es equiparable a España ni a Europa, pues sus características son muy diferentes: mercado potencial mucho mayor, diferencias regulatorias, acceso a financiación, entre otras.
Muchas veces parece que la tecnología es la única vía de innovación, sin embargo, olvidamos que ni toda la tecnología será pionera ni solo serán innovadoras las empresas tecnológicas. Máxime en un territorio como la Comunidad Valenciana, donde contamos con sectores tradicionales líderes, con claro potencial en la generación de valor añadido.
Algo similar ocurre cuando confundimos emprendedurismo con innovación, pues ésta no la aplican con éxito solo las empresas de nueva creación. En nuestro territorio tenemos ejemplos de empresas consolidadas, cuyo éxito se apoya en la I+D+i.
De hecho, la consolidación es el problema endémico que sufren las startups en nuestro país. Y sobre el que no se actúa desde los poderes públicos, con el fin de eliminar las trabas al crecimiento y la supervivencia para su paso de un proyecto a una empresa. Más allá de estas trabas, también convive una cultura basada en la búsqueda de “unicornios” y cuya única estrategia parece, en ocasiones, ligada a la consecución de inversores y no en conseguir resultados o beneficios.
En este contexto, se produce el espejismo de muchos agentes al considerar que, si se tienen muchas startups (con alta mortalidad) o se atraen empresas de otros países, se está creando un modelo innovador. Sin embargo, se está repitiendo el rol adoptado en otras industrias tradicionales. Este no es más que convertirse en territorio productor, basado en el diferencial de salarios respecto a aquellos países en los que se genera el valor añadido y que, por tanto, serán el origen de la innovación. Pero ahora nos puede parecer más moderno al tratarse de entornos tecnológicos.
¿Cuál es el efecto que se produce en el país que ejerce el papel de “productor” y no “creador”? Dependerá del entorno y de otros factores económicos y laborales, pero el desvío de recursos productivos propios puede suponer la pérdida de oportunidades en otros segmentos.
Nuestro objetivo debería ser hallar el valor diferencial que haga más competitivas a nuestras empresas y genere empleo cualificado, con salarios más altos, aprovechando y mejorando las estructuras y acciones que dan soporte, especialmente a las pequeñas y medianas empresas. Pero, sabemos realmente ¿qué queremos ser de mayores?

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